ALGÚN DÍA MI GATO COMERÁ SANDÍA
Omar Arriaga
La geoficción, dice una página web, es “el arte de mapear territorios imaginarios“, de trazar los mapas de territorios ficcionales. No obstante, tal definición resulta insatisfactoria si recordamos que Alain Musset deduce las características de los ciudadanos de Coruscant partiendo de la geografía de dicha urbe, capital del imperio galáctico en La guerra de las galaxias.
Por ello, la ciencia de la geoficción (ciencia en tanto conocimiento) no sólo residiría en el trazo de mapas geográficos cuanto mentales, apoyándose en la idea de que la estructuración física de un territorio respondería a las manifestaciones culturales de aquellos que lo habitan; si bien, ésta no es la definición que Musset brinda en su libro ¿Geohistoria o geoficción? Ciudades vulnerables y justicia espacial.
Con todo, al deducir la mentalidad de los curuscanteños, Musset estaría en condición de entrever en ella el reflejo mental de quienes inventaron dicha metrópoli: guionistas, cineastas, directores, actores; todo un equipo de producción fílmica, seres humanos de carne, sangre y hueso que, para la ocasión, han debido basarse en una ciudad real del planeta tierra de finales de siglo XX.
Efectivamente, Musset confirma que esa metrópoli es New York, capital del imperio. De ahí a lograr la derivación de las características mentales de los neoyorkinos, sólo hay un paso.
Si prestamos atención a la geohistoria, que trata de deducir la historia de los pueblos y las culturas a partir de la geografía donde éstos se asentaron, veremos que el de la geoficción es exactamente el camino inverso.
Acuden a mi mente aquellas lecciones de historia universal en las que se apelaba a los ríos Tigris y Éufrates en el caso de Babilonia, Ganges e Indo, en el de los hindúes, y Hoang-Ho y Yang-tse-Kiang, en el de China, como elementos ejemplares para explicar el desarrollo de estas culturas.
Ahora bien, por el camino inverso que es la geoficción, concurriríamos al denotado espíritu cartesiano de Francia, al carácter infantil y majestuoso de las culturas prehispánicas, o al áspero, masculino y religioso talante de España; para referirnos a las geografías de los pueblos galo, mesoamericano e hispánico, respectivamente.
Por decir algo de este último, podríamos aludir a su talante revisitando las múltiples pugnas y conflictos que en la Península Ibérica se suscitaron a través de la historia, conflictos que, sin duda alguna, fueron trazando el mapa del país que hoy se conoce como España. Como muestra, sería suficiente aludir a Cataluña y Castilla, una de las enemistades más punzantes al día de hoy en España que, sin embargo, tuvo sus inicios desde hace siglos.
Su historia no es cosa nueva, de hecho, está algo trasnochada y huele a rancio, mas aunque uno desconozca los anales de la península, se sabe que la rivalidad entre ambos reinos inició antes de la invención de América, en el año del señor de 1492.
En un artículo fechado el 6 de octubre de 2010 en el periódico catalán La vanguardia, los historiadores Arsenio e Ignacio Escolar abogan por la independencia de Cataluña, tema de actualidad en la península, al afirmar que si Portugal es independiente “y Catalunya parte de España, es algo arbitrario”.
De ocioso podría calificarse el análisis de las características culturales de Cataluña y Castilla durante el primer Renacimiento, por lo que quizá sea mejor analizar sus basas mentales al presente, tomando como punto de partida a los dos equipos de futbol de estas regiones: FC Barcelona y Real Madrid, y sus formas encontradas de concebir el juego y, por ende, de ver el mundo.