Por Armando Casimiro Guzmán
“Cada cuatro años, durante 30 días, el crimen baja la guardia en un 30% en todos los países alrededor del mundo: durante la copa mundial de fútbol”. Everardo Gout.
Después de su aceptable paso por el festival de Cannes y a unas semanas de haberse estrenado en la capital del país, llegó a nuestra ciudad el largometraje debut del Everardo Gout, Días de gracia (2012), co-producción mexicano francesa que se sitúa en el abundante grupo de trabajos que retratan la violencia y la corrupción que a diario padecemos los mexicanos.
La ópera prima de Everardo Gout recuerda por momentos la impasible violencia de Miss bala (2011), mezclada con la estridencia acelerada de Amores perros (2000). Tres mundiales de fútbol (Corea-Japón, Alemania y Sudáfrica), tres secuestros llevados a cabo en esas fechas, con pobreza corrupción y venganza como telón de fondo. Solo un honrado policía (muy bien trabajado por Tenoch Huerta) es quien mantiene el peso de la historia, el resto de los personajes: el ama de casa que busca rescatar a su marido, el policía corrupto y el joven aspirante a boxeador pasan a un discreto segundo plano a pesar del buen rato que los vemos en la pantalla.
Días de gracia luego de varios minutos de incertidumbre empieza a cobrar interés por la aparición en escena Lupe (quien hace honor a su apodo y se la pasa oyendo los éxitos de su tocayo, el cantante del desaparecido grupo Bronco), inicialmente un honrado y hogareño oficial de policía, que debido a múltiples circunstancias empieza a pisar terrenos cada vez más peligrosos. Con elaboradas secuencias de acción y un final un tanto forzado pero emocionante, el largometraje de Gout recupera la atención perdida debido a una narrativa fragmentada y confusa.
Y es precisamente el trompicado desarrollo del guión uno de los principales problemas del filme. La inclusión de fragmentos reales de los encuentros de fútbol que supondrían una pista para ubicarnos en el tiempo, la verdad es que provocan más desorientación que apoyo. No ayudan tampoco las largas secuencias de las víctimas encapuchadas con sus monólogos interminables y poco creíbles.
El equipo de producción se jacta de la inclusión de grandes estrellas de la música: Nick Cave, Atticus Ross y Shigeru Umebayashi, quienes han hecho por separado grandes soundtracks de películas muy importantes. Y aunque admiro el trabajo de todos ellos debo reconocer que el peso de sus composiciones musicales se ve opacado por la ruidosa acometida de las canciones populares que se escuchan a lo largo toda la cinta.
Días de gracia tiene dos metas: la primera es lograr «un thriller entretenido y sonoro» (en palabras del propio director), que podríamos decir que se cumple si quitamos los segmentos más confusos de la película. Donde el falllo parece mayor es en el siguiente objetivo: la discusión de la violencia y la corrupción como algunos de los problemas más graves que sufrimos en México. Al final no parece haber realmente una reflexión sino una simple exposición de casos que ya hace un tiempo han sido brutalmente superados.
Se reconoce el esfuerzo de Everardo Gout y todos los que participaron en Días de gracia, pero desgraciadamente los números no la han favorecido. A pesar de sus yerros, siempre será preferible una propuesta que arriesgue un poco en vez de caer en la cursilería habitual de las comedias románticas y discurso pretencioso disfrazado de «cine de arte».
Aunque en Estados Unidos llegó directamente para el mercado de video, en México si se exhibió en la cartelera la nueva producción del director galo Jean-Jacques Annaud, El príncipe del desierto (Black gold, 2010), que ha tenido un tibio recibimiento en las salas nacionales.
Jean-Jacques Annaud es un viajero incansable y en cada uno de los lugares que pisa normalmente filma una película: Siete años en el Tíbet (Seven years in Tibet, 1997), El nombre de la rosa (The name of the rose, 1986) y el peculiar western de la Segunda Guerra Mundial Enemigo al acecho (Enemy at the gates, 2001), atestiguan la variedad de locaciones y temas en su filmografía.
El príncipe del desierto (que en otros países se distribuyó con el más acertado título de «Oro negro»), está basada en la novela Arab del escritor suizo Hans Ruesch (en español está editada con el nombre de «Al sur del corazón»), novela histórica situada en la época del descubrimiento de petróleo en Arabia, allá por los años treinta del siglo pasado. El enfrentamiento entre dos reinos rivales por el control de unos terrenos repletos del hidrocarburo, desata una complicada serie de guerras intestinas, casamientos forzados, reclamos familiares y muchos asesinatos.
Jean-Jacques Annaud debió sortear numerosas dificultades a la hora de filmar, entre ellas la convulsionada situación de Túnez (lugar donde fue rodada) en ese momento, así como el manejo de un numerosísimo grupo de extras. El director francés hizo rendir los poco más de 40 millones de dólares que costó la producción: los escenarios parecen sacados de alguna postal y no se escatimó en las locaciones ni el vestuario.
En el casting destaca el nombre de Antonio Banderas quien luce muy mal librado haciendo de sultán y la actriz india Freida Pinto que aparece solo como elemento decorativo. Destaca en cambio, el francés Tahar Rahim, a quien recordamos por su excelente trabajo en Un profeta (Une prophète, 2009).
La película está hablada casi en su totalidad en inglés, así que escuchar a todos los actores fingiendo un impostado acento árabe llega a ser por momentos desesperante. Por otra parte, a pesar de ser solo un filme de romance y aventuras no deja de notarse un cierto aire colonialista al asociar al petróleo con la riqueza y prosperidad, a diferencia de quienes se oponen a su extracción que son mostrados como retrógrados e intolerantes.
El príncipe del desierto es una cinta de aventuras que se acerca peligrosamente al melodrama, solo aparece como una opción debido a la pobreza de la cartelera. Pero aunque está un tanto chapada a la antigua y no ofrece nada nuevo, al menos aparece como una alternativa para una tarde que queramos evadir el tedio de la propaganda electoral.
Uno de los estrenos veraniegos más anunciados ha sido la tercera entrega de la serie protagonizada por Will Smith y Tommy Lee Jones, Hombres de negro III (Men in black III, 2012), dirigida por el neoyorquino Barry Sonnenfeld y que a pocos días de su estreno ya desbancó a Los Vengadores, otro de los blockbusters de la temporada.
Aunque había fuertes rumores de que sería Michael Bay el encargado de dirigirla, finalmente fue el propio Sonnenfeld, director de las desafortunadas dos primeras partes de la franquicia (Men in black I, 1997 y Men in black II, 2002), quien tomó las riendas del proyecto. Sonnenfeld se tomó con calma la encomienda, prueba de ello es que la serie se retoma después de 10 años de estar en pausa. Incluso uno de sus protagonistas, el propio Will Smith regresa a la pantalla después de casi siete años de ausencia.
Para elaborar el guion, Sonnenfeld recurrió a uno de sus viejos conocidos, nada menos que Ethan Coen, quien junto a su hermano Joel son los responsables de una serie de películas extraordinarias como Fargo (1996), El gran Lebowski (The big Lebowski, 1998) o Sin lugar para los débiles (No country for old man, 2007). Es para resaltar que a pesar de las limitantes del concepto se nota la mano del menor de los Coen. Buscando resucitar una franquicia que parecía no dar para más, la historia hurga en el pasado y regresa al momento en que el hosco agente K (Jones) captura a un peligroso delincuente espacial, cuya espectacular fuga de una prisión de máxima seguridad en la Luna traería funestas consecuencias para la Tierra.
A pesar de la aparente simpleza del guion, lo cierto es que cuenta con los suficientes elementos para hacer lucir a los protagonistas: Will Smith aparece divertido en su papel del despistado agente J y Josh Brolin hace un trabajo muy bueno como la versión juvenil de Tommy Lee Jones, quien a diferencia de los dos anteriores pasa casi desapercibido. Si a esto le sumamos un sentido del humor no tan inocente y un par de inesperadas vueltas de tuerca el resultado es al menos entretenido.
Hombres de negro III promete solo dos horas de entretenimiento… y contra todos mis pronósticos lo cumple. Los productores se han tomado el tiempo de preparar esta nueva entrega con la tranquilidad y el detalle que exige una inversión de más de 200 millones de dólares. Un buen guionista, actores que cumplen y un 3D efectivo hacen de este producto uno de los más rescatables entre la apabullante y desabrida oferta comercial de verano.
Sin hacer mucho ruido pero aferrándose tenazmente a la cartelera encontramos El cuervo (The raven, 2012), tercer largometraje del anteriormente prometedor James McTeigue, que extrañamente ha recaudado poco más de 2.1 millones de pesos en la caprichosa taquilla mexicana.
El director James McTeigue es reconocido sobre todo por su cinta debut V por venganza (V for vendetta, 2005), que para algunos llegó a ser una película de culto, lo que generó cierto interés en la carrera de McTeigue, que desde entonces ha transitado en la típica medianía que agobia al cine norteamericano.
El título del filme hace referencia al conocido poema de Edgar Allan Poe, uno de los escritores imprescindibles del siglo XIX. Un asesino serial deambula por la ciudad de Baltimore, asegurándose que sus crímenes estén relacionados con la obra de Poe. Por lo tanto, de manera un tanto ilógica, la policía recurre al literato para que los ayude a encontrar al temible criminal.
La historia se basa en dos hechos muy conocidos, la repentina muerte del escritor cuando apenas contaba con cuarenta años de edad, que nunca pudo aclararse y que a la fecha sigue siendo un misterio. Y los rumores de la época, ampliamente documentados, donde veladamente se acusaba a Poe del asesinato de una joven mujer, cuya muerte parecía una copia al carbón de un relato corto del escritor norteamericano (El misterio de Marie Rogêt, publicado entre 1842 y 1843). Cabe aclarar que efectivamente Poe tomó información detallada de la muerte y que el análisis de casos reales para escribir historias era algo común en la época.
El cuervo nos muestra a un Poe engreído, menos alcohólico y un tanto más pulcro de lo que uno hubiera imaginado. Sus aficiones a la bebida y al opio eran muy conocidas en su tiempo, también se le tachaba de pendenciero y desaliñado porque invariablemente portaba una vieja y raída casaca militar.
Uno de los problemas de El cuervo es que de entrada el reparto no funciona: John Cusack, luce incapaz de darle fuerza a un personaje tan atribulado como Poe, si a eso le sumamos su nulo parecido físico, tenemos el primer ingrediente del desastre. El personaje de Alice Eve como la prometida del escritor parece completamente innecesario y en cambio un personaje secundario, el detective Fields (Luke Evans), es quien por momentos toma las riendas de la película.
Aunque se incluyen numerosas referencias a la obra de Poe lo cierto es que El cuervo no deja de ser un simple thriller del siglo XXI con decorados del siglo XIX (ambulancia y policías al final incluidos). Ni la improbable y rebuscada serie de asesinatos (uno siempre se pregunta, ¿para qué se toman tantas molestias?), ni las pistas falsas que ofrece el guion, logran levantar un filme que parecía muerto desde el inicio. Es mejor volver la mirada a la abundante obra del escritor norteamericano o de plano buscar otra opción en la cartelera.
Empezamos el mes Junio con una de las películas más interesantes que han llegado a la cartelera en este año, nos referimos a Shame. Deseos culpables (Shame, 2011), segundo largometraje apenas del cineasta británico Steve McQueen, cuyo trabajo ya ha tenido un exitoso recorrido por el circuito de festivales, entre otros los de Venecia, Toronto y San Sebastián.
Inexplicablemente tachada de polémica y hasta pornográfica, Shame nos muestra la vida de Brandon (Michael Fassbender), un soltero neoyorquino en sus treintas que tiene un empleo bien remunerado y un confortable departamento. Sus ratos de ocio transcurren entre la pornografía cibernética y la cacería de mujeres en el metro. Este precario orden se ve trastocado con la inesperada visita de su hermana Sissy (Carey Mulligan), una chica depresiva y carente de autoestima, que hará a nuestro protagonista cuestionar su peculiar estilo de vida.
Filmada con largos y elegantes planos secuencia, con una intensa banda sonora, diálogos cortos pero muy efectivos, Shame revela a Steve McQueen como un director que vale la pena seguir. Ya con su primer largometraje Hambre (Hunger, ), que narra la huelga de hambre de un miembro de Ejército Republicano Irlandés (IRA), preso en una cárcel británica, McQueen dejaba ver su profundidad visual y narrativa.
Michael Fassbinder, quien protagonizó también Hunger, hace un gran trabajo, como un personaje ajeno a sus sentimientos y amante del sexo mecanizado. Carey Mulligan sorprende por la cuidadosa selección de sus proyectos, hace poco la vimos en otra gran película, El conductor (Drive, 2011), y apenas hace un par de años aparecía de colegiala en Enseñanza de vida (An education, 2010).
Siempre son bienvenidas propuestas como ésta, Shame es una obra que transmite con efectividad la amargura y el patético aislamiento de todos sus personajes. La poderosa interpretación de Fassbinder, las largas secuencias en las calles de Nueva York y el close up de Carey Mulligan mientras canta plácidamente en el bar, son elementos suficientes para hacer de este filme un trabajo imprescindible, una rara joya, de esas que pocas veces aparecen en la cartelera.