Dicen que Tzitzio significa “lugar hermoso”. Tal vez por eso es que David Durán Naquid lo eligió para echar raíces, para envejecer con calma, para sembrar lo que mejor sabe: sus conocimientos artísticos.
Pero no todo empezó en ese municipio que antiguamente conectaba con Charo y llegó a ser parte de Zinapécuaro e Indaparapeo, una búsqueda de hogar que con el pasar de los años adquirió emancipación. Antes de vivir ahí, David radicó en Huetamo, donde además de tener una participación activa como músico, implementó talleres de baile de tabla y conoció a grandes maestros de la tradición sonora del estado.
“Cuando andaba por allá todavía existían los músicos de tradición, los que tocaban hasta cinco horas. Pero después vino una tendencia a estandarizar todo, a presentar repertorios limitados, con corta duración, para cumplir compromisos comerciales e institucionales”.
Lo entrevistamos en esta primera recta del 2021, donde la pandemia ha causado estragos en todo el mundo. David dice que tomó el tiempo de poca actividad presencial para concluir con una construcción en Tzitzio que se convertirá en un centro cultural para la comunidad encabezado por su asociación civil: Música y Baile Tradicional.
La tradición ante todo
Y es que él ha sido un promotor aferrado, podríamos decir que hasta necio, en explorar la tradición de la música. Durante sus años como maestro, se ha enfrentado no solo a las rupturas generacionales, sino a métodos de enseñanza que pretenden desterrar el conocimiento ancestral en aras de la practicidad. Incluso, nos cuenta un capítulo donde un músico sufrió la ruptura de su afinación original, todo por querer encajar en un sonido global y edulcorado, “el famoso Sol 440”.
Además, sabe que navegar entre generaciones es complicado; los viejos ya están muy viejos, o ya murieron sin heredar la tradición. En tanto, a los jóvenes les cuesta echar la vista atrás.
No es que David desprecie la enseñanza de técnicas musicales. Con orgullo, dice que antes del solfeo, es importante que los jóvenes conozcan sus tradiciones, que indaguen en las raíces, que pisen la tierra y sientan el polvo. “Podrás tocar muy bonito, pero si tu método es occidental, no estás haciendo música tradicional”.
Aquellos años en Huetamo
En 1991, cuando llegó a Huetamo, conoció a Juan Reynoso –“el violín más dulce de la música calentana”- que se paseaba en las cantinas, en las fiestas. Igual que Rafael Ramírez, “era la última colita de la tradición en el pueblo”, al cual llegó por ser maestro de danza folclórica para posteriormente enamorarse del baile de tabla.
Sin embargo, “lo que por años fue mi éxito, luego se convirtió en una lucha solitaria. Las nuevas generaciones querían un repertorio nacional antes que dominar la tradición local”. Así que terminó por abandonar ese terruño no sin lamentar que tantos artistas se quedaran en el anonimato. Así como Reynoso, había maestros de la misma trascendencia que nunca obtuvieron un reconocimiento, y lo peor, nadie heredó sus conocimientos.
La vida movió a David a pueblos terracalenteños como Tacámbaro y Turicato. Ahí comenzó a gestar festivales de música tradicional para homenajear a artistas como Los Caporales de Santa Ana, Rafael Ramírez, Los Capoteños y otros precursores sonoros de esa región. Luego nacería el Campamento de Verano Música para Guachitas y Guachitos. Es un taller intensivo para formar a nuevas generaciones en este tipo de música que ya cumplió 16 ediciones. De esa experiencia han nacido proyectos como Gusto por el Son, Los Molonquillos, Los Nietos de Ricardo Gutiérrez y Los Jilguerillos, del que el propio David formó parte.
“Enseñar aprendiendo” es prácticamente el lema que Durán Naquid ha implementado como método pedagógico en la asociación civil. Lejos de las formas occidentales y más cerca de la tradición, de la tierra misma. “Quienes habitamos el Centro Cultural El Astillero en Copuyo, Tzitzio, estamos en eso, en la construcción. Tenemos listo un taller para elaborar guitarras, porque si algo aprendí es que no solo debes dominar el instrumento, sino hasta crearlo con tus propias manos. Que sea único, que sea tuyo».
Chaneque Son
El actual proyecto sonoro de David es Chaneque Son, que por sí solo ha fungido como un taller por el que han pasado muchos músicos. Se mantiene vivo con presentaciones tanto en el estado como fuera de estas fronteras. Su alta rotación de integrantes es tomada con humor por su líder: “Es que así son los chaneques, se aparecen, de desaparecen, y no siempre son los mismos”.
La crisis derivada por la pandemia hizo que las presentaciones cotidianas se detuvieran, pero ese tiempo lo han aprovechado para construir una finca de adobe que servirá para fortalecer el proyecto cultural de Copuyo. “Seguimos trabajando con las comunidades, incluso hicimos un mini campamento para Guachitos; le mostramos nuestra buena cara al mal tiempo”.