Mi alma sanada por ti
Por Omar Arriaga Garcés
Frédi (Grégory Gadebois) es un chopper que vive en una casa rodante y que, pese a su hija, la camarera con la que sale y sus amigos, se siente solo. Solamente vuelve a hablar con su padre (Jean-Pierre Daroussin) ahora que su madre ha muerto y que ambos tienen necesidad de aclarar algunos puntos y de contarse su vida para llenar los huecos.
Pero hay huecos que no pueden llenarse. Desde la primaria, Frédi no experimentaba un ataque de epilepsia, pero ahora que ha muerto su madre y que las personas con algún problema de salud van todavía en su busca para que las cure, el chopper parece ser su única posibilidad: “su madre le ha transmitido el don”, indica el padre. Y los ataques de epilepsia han vuelto al por mayor.
Y entonces comienza: camina como en sueños en blanco y negro donde las cosas van a otro ritmo, y en el que las personas más importantes de su vida le esperan y le recriminan o le premian por lo que hace. Y entonces sabe lo que debe hacer. Pero despierta y hay una laguna imposible de salvar, pues no hay continuidad desde el instante en que pierde el conocimiento: “Es como morir, es como estar muerto”.
No obstante ser amable con Josiane (Marie Payen) y Léonard (Philippe Rebbot), una pareja de amigos que vive en el parque de casas rodantes y a los que Frédi ayuda, nuestro personaje se niega a curar a cuantos piden por sus enfermedades.
Aunque las cosas tampoco van bien con su hija y con su ex mujer. Y luego está aquella otra mujer a la que le ha atropellado a su hijo, una noche, al salir del bar, con algunas copas extra en la azotea. Y la culpa, la culpa que no lo deja y que lo impulsa a ir a visitar al niño al hospital, aun y cuando encuentre a la madre del niño, que lo mira con ojos que lo juzgan como si se tratara del juicio final.
Un día entonces, sin saber cómo y como sin ganas de luchar contra las cosas, Frédi le dirá que sí a una señora que busca curarse, y pondrá sus manos sanadoras sobre ella; y luego ayudará a aquel señor en las duchas, y poco a poco aceptará a más, y las cosas con su hija empezarán a cambiar y, también sin saber cómo, aparecerá ella, Nina (Céline Sallette); siempre ella, la ella que existe en todas las historias.
Ella, con un problema de tristeza infinita, una ninfa cayendo al abismo; él con la muerte que implica la epilepsia y los huecos que nada puede llenar. Pero entonces, aunque esta vez sí sabiendo cómo, su corazón, el de ella, el de él, comenzarán a curarse mutuamente.
Mon âme par toi guérie (Mi alma por ti sanada), primer verso de la última estrofa de un poema de Baudelaire (“Canción de siesta”) de Las flores del mal, nos indica la dirección en la que hemos de buscar al ver esta melancólica pieza del realizador francés François Dupeyron, de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes, quien también ha rodado filmes como Lamento (1988), La machine (1994), C’est quoi la vie? (1999) o la versión de la famosa novela de Éric-Emmanuel Schmitt, Monsieur Ibrahim et les fleurs du Coran, que protagonizara en 2003 el actor Omar Sharif.
Y esa dirección en la que se debe buscar, más allá de la impecable fotografía de la película y de una historia narrada de modo impecable, se encuentra ya dado por Dupeyron desde los versos de Baudelaire: “Aunque tus cejas malvadas/ te den un aire extraño/ que no es de ningún ángel/ hechicera de ojos seductores// te adoro, mi frívola/ mi terrible pasión/ con la devoción que al ídolo/ le tiene el sacerdote.//
”El bosque y el desierto/ perfuman tus rudas trenzas/ tu cabeza posee el aire/ del enigma y del secreto.// Ronda a tu carne el perfume/ como alrededor de un incensario/ Encantas como la noche/ tenebrosa ninfa cálida.// Ah, los filtros más fuertes/ tu pereza no resisten/ ¡y sabes que tus caricias/ hasta a los muertos resucitan.// Se enamoran de tus caderas/ de tu espalda y de tus senos/ cautivas a las almohadas/ con tus lánguidas posturas.//
”A veces para calmar / tu rabia misteriosa/ prodigas con seriedad/ los mordiscos y los besos.// Me destrozas morena mía/ con tu risa burlona/ y luego pones en mi pecho/ tus ojos dulces de luna.// Bajo tu zapato de satín/ y bajo tus pies de seda/ meto mi gran alegría/mi genio y mi destino.// Mi alma por ti sanada/ por ti, tu color y tu luz/ Explosión de calor,/ en mi sombría Siberia”.
Así la película, como el poema.
Esta cinta tendrá una proyección más el sábado 26 de octubre a las 14:30 hrs. en el complejo Cinépolis Centro Sala 1
El espíritu (y la carne) del 45’
Un documental sobre las medidas tomadas por Winston Churchill en Inglaterra una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, en base a una búsqueda historiográfica y de fuentes y testimonios diversos, es el trabajo que el guionista y director británico Ken Loach presenta en la onceava edición del FICM, en línea con “el espíritu de unidad que impulsó a Gran Bretaña durante los años de guerra y que ayudó a crear una visión de una sociedad más justa y unida”, tal como indica la sinopsis del filme.
No cobrar en el transporte público ni recaudar impuestos, así como otras decisiones que paliaran la crisis que en el Reino Unido produjo el horror de la guerra, tales como dar salud pública gratuita, son actos encarecidos por la visión de Loach, ya que gracias a aquel espíritu del 45 se buscaba construir una sociedad más justa que pudiera levantarse del suelo, porque el fantasma de la pobreza parecía que iba a quedarse durante más tiempo entre los ingleses.
Con una labor técnica poco más que brillante, el director británico logra transmitir ese aliento de comunión y empatía que a la sazón experimentaba el pueblo inglés, lo cual resulta conmovedor, llegando incluso a generar un sentimiento similar al triunfalismo, una vez que se consiguen los objetivos trazados por el entonces encargado de aquella nación; con todo, este sentimiento se agradece, pues sin ser excesivo muestra más bien esa parte humana llena de esperanza y desesperada alegría, presente en cada mujer y en cada hombre que tiene un sueño por cumplir.
En un segundo momento, no obstante, Loach exhibe cómo es que en 1979, cuando el país estaba en una crisis que parecía aplastante, el ascenso a la administración británica de la llamada “Dama de Hierro”, Margaret Thatcher, significó la pérdida de muchas de las prestaciones y derechos laborales y sociales ganados a pulso durante años de ardua lucha (situación que por algún extraño motivo que aún no logro captar plenamente, porque las películas son otro mundo y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, me recuerda los días que actualmente vive el pueblo mexicano).
Uno a uno van surgiendo los mandatos que reemplazan ese espíritu del 45, como cobrar impuestos por tener plantas en los hogares (¿alguna similitud con el periodo de Antonio López de Santa Anna, que cobraba por las puertas que hubiera en las casas de México?) y, finalmente, el documental muestra cómo es que aquellos días quedan en el olvido.
Nada que reprocharle técnica y narrativamente a la realización de Loach, quien ha dirigido trabajos como Bread and roses (2000), Sweet sixteen (2002), Ae fond kiss (2004), The wind that shakes the barley (2006), por el que ganó la Palma de Oro en Cannes) o The angels’ share (2012); sin embargo, hay un “pero” como en casi todo lo que el ser humano efectúa.
La contraparte de esa bonanza social está, de forma indisociable, ligada a la vocación históricamente colonialista de Inglaterra, que consigue las materias primas y los insumos de la India, Nepal, África y otros tantos territorios que en aquel entonces tenía bajo su yugo, incluso una parte de Canadá, por lo que es de celebrar ese espíritu del 45, aunque también tenemos que analizar que no hay espíritu sin carne y sin cuerpo, y que en este caso la piel y los huesos sobre los que se sustenta ese renacer de Gran Bretaña son cuando menos controvertibles.