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Home»Columnas»Quizá no todos puedan ser Buddha
Columnas

Quizá no todos puedan ser Buddha

Omar ArriagaBy Omar Arriaga4 marzo, 2015Updated:5 marzo, 2015No hay comentarios7 Mins Read
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Por Omar Arriaga Garcés 

I

Después de ver algunos videos inverosímiles de los primeros dos años de Peña Nieto en los medios -y algunos más de su campaña, como aquél en el que le pregunta a Pedro Joaquín Coldwell, “¿y soy precandidato?”-, la sabia tómbola del Internet me envió a un video de una serpiente -una anaconda según reza el subtítulo- comiéndose a un cocodrilo.

Creo que nunca he sentido eso que Aristóteles llama “catarsis” en su Poética y no creo que mirar las pifias del presidente y después a ese monstruo prehistórico deglutiendo un alimento -que busca escapar y no puede- sea un ejemplo de catarsis, pero la sensación de que los vellos de los brazos se erizan y un estertor recorre la espina dorsal son innegables.

Por eso Milan Kundera alude irónicamente -en La inmortalidad, si no mal recuerdo- a que la naturaleza desnuda no se mide con los mismos parámetros con que se miden los actos humanos y que resulta menos horrísono pavimentar selvas enteras que aguantar el espectáculo crudo de esa carrera por la supervivencia.

Imagino que quienes están en contra de las corridas de toros experimentan una sensación semejante al ver que un tipo erguido sobre sus cuartos traseros elude al animal con un pedazo de trapo y le encaja después una espada que lo atraviesa. No es cultura, porque en el tiempo las implicaciones y sentidos de los actos humanos cambian, arguyen para desacreditar la tauromaquia.

 

II

Depende mucho de qué tan amplio se quiera el concepto de cultura, pero básicamente el toreo es cultura. Que genere apego o antipatía, eso es otra cosa. Según entiendo por algunos textos, el espectáculo sacrificial -cualquier liturgia en que se celebraba un sacrificio como el del toro- tenía como motivación crear culpa en los espectadores.

En especial, el sacrificio del toro implicaba para la comunidad llevar a la consciencia el hecho de que para sobrevivir uno mataba, deglutía eso que mataba y aun debía repetirlo para seguir sobreviviendo, con lo que todos los integrantes debían “comprender” que de esa culpa era imposible no participar y que para que algo viviera tenía, básicamente, que asesinar, que la vida es en sí una continua violencia hacia  los otros, que también respiran y parpadean.

En ese sentido, creo que la tauromaquia sigue cumpliendo el fin de generar algo en el espectador, pero ahora éste se niega -en un cuento rosa que se narra a sí mismo o en una especie de expulsión de la culpa- a aceptar en toda su horrible extensión esa consciencia de saber que estar vivo implica comer o morirse. Vienen los argumentos teológicos.

 

III

Un día, el prototipo de ser que habría de convertirse en Buddha, en medio del sacrificio, decide arrojar el estoque con el que debe dar muerte al animal -en este caso es un caballo, no un toro.

Y corre, y sale de la comunidad y se niega a alimentarse de animales, de carne que también se habrá de podrir un día, pero sabe que al salir del círculo de la matanza también abandona el circuito de la vida humana, y quizá el de todo cuanto parpadea o respira. Pero esa es la política del Buddha: no aferrarse a nada de este mundo.

Ahora bien, ¿qué hace quien deja de comer carne de animales y se vuelve vegetariano? Parece tomar una decisión muy actual y concienzuda pero reproduce un gesto muy viejo en realidad. Cabe preguntarse si esa opción es viable, si es posible una comunidad “nueva” y si se atienden todas las implicaciones del acto de no matar animales.

¿Lo que se busca es no matar animales o no sentir la culpa por tener que matarlos? Para sobrevivir hoy a diferencia de en las culturas de la antigüedad, ¿ha dejado de ser necesario matar animales?, ¿o hay que matarlos sin ver -para no sentir culpa- o matarlos de una manera bonita, que no sufran -ay pobrecitos toritos? Porque muerte sigue siendo muerte y quizá no todos puedan ser Buddha.

¿De qué se alimenta quien no come carne de otros animales? ¿De plantas? ¿Las plantas no están vivas? ¿Es posible que al ocupar un lugar en el espacio -cualquier espacio- no se tome algo vital para alguien más? ¿Es posible que nuestra sola presencia no dañe a alguien más y que con el solo hecho de estar vivos tomemos algo que pudo ser para alguien más y eso le lleve a la muerte?

¿Se ha de respetar al animal que piensa y no al que no lo hace; sí al que parpadea y no al que no lo hace, como decían que había que respetar a los humanos con alma y no a los animales que no la tenían? Un texto viejo también dice que todos somos asesinos porque hasta cuando estamos durmiendo nos tragamos un mosco y nadie da cuenta de eso, pero esa esa una postura que quizá resulte muy fútil o extrema.

 

IV

Sé que es una tarea loable, pero no pude evitar hacerle la pregunta a una rescatista de perros de la calle: ¿Por qué preocuparse por los perros si allá afuera matan tanta gente? La respuesta, por supuesto, la tenía ya concebida en la cabeza. Pero ella respondió algo que ya había escrito también Kundera -en La insoportable levedad del ser, si no mal recuerdo.

Hay que respetar la vida, sea humana o animal, cualquier clase de vida. Primero torturaron animales, luego judíos, luego a todos; si los hubiéramos detenido…

¿Se puede detener la muerte o suavizarla? ¿Es lo mismo matar un animal para generar una consciencia de que estamos atados a la muerte que tener que matarlo porque uno se lo tiene que comer para vivir? De verdad, ¿ya no somos esos y ha quedado como un cuento negro del pasado ese tipo de muerte?

¿O simplemente aspiramos al confort, a un confort donde no nos comprometamos ni con lo que sentimos y arrojemos la culpa como algo que no queremos, que ya es inservible, que suponemos que no debe pertenecer a este mundo?

 

V

Luego, también hay otro tipo de muertes o asesinatos. Por omisión o por silencio o por tomar algo para nosotros mismos que era para alguien más. ¿No hace eso en todos los cuentos más viejos del mundo el tirano? ¿No toma para sí lo que es de todos -como la lluvia- y no comienza la historia cuando una figura aparece y recupera para la comunidad lo que aquél había tomado para sí? ¿Por qué horroriza más la muerte de un animal en un ruedo o de una serpiente que devora vivo a otro animal, que la de la muerte de un semejante? Quizá sea la consciencia. Quizá creamos que hay algo merecido en cierto tipo de muertes y que podrían evitarse -si quisiéramos. No así la de un ser que suponemos no tiene consciencia y es dirigido al cadalso a morir, llanamente. No así la de un ser cuya fuerza se despliega en otro plano, matar crudamente y ser muerto sin más.

Pero qué pasa con este asesinato por omisión, por silencio, por tomar algo que no es mío. ¿Puedo preguntarme siquiera si algo es mío? ¿Sería menos asesino si no comiera animales? Sigo viendo que vivir es matar -aunque no se lo haga directamente- y no sé bien de qué manera podría evitarse o suavizarse eso.

VI

Igual y no todos podemos ser Buddha y correr, y prescindir de los demás y recrear la vida. ¿Hay alguien que lo haga? ¿Existe alguien que no haya cortado una flor ni cuando era niño o cuya presencia no asesine lentamente las esperanzas de otro ser vivo?

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Omar Arriaga

(Morelia, 1984). Narrador y periodista cultural. Director de la extinta publicación El ornitorrinco literario. Ganador del Premio Estatal de Ensayo María Zambrano 2013 con La muerte de Sócrates. Ha sido columnista del periódico Cambio de Michoacán y colaborador de las revistas Mil Mesetas (Ciudad de México) y Letra franca (Morelia).

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