Por Raúl Mejía
Recién terminé una novela de Ray Loriga. Se llama Rendición y de una vez se los advierto: si mis palabras los animan a leer esta historia y durante el transcurso de la lectura empiezan a sospechar que la narración tiene resonancias “descaradas” con dos novelas de Orwell (Rebelión en la granja y 1984), con Aldous Huxley (Un mundo feliz) y -forzando un poco las cosas- con Kobo Abe (La mujer de la arena) les confirmo las suspicacias: están en lo cierto y el autor de Rendición no se ruboriza por ello.
Otro punto: si mis opiniones sobre libros les parecen atendibles y se consideran lectores todo terreno, de alto pedorraje y muy perrones… aunque ajenos a las cimas novelísticas de Orwell, Huxley y Abe, entonces les espeto: sin dudarlo un segundo les recomiendo leer al trío mencionado y no se pongan tristes si no se han acercado a esas cimas de la élite literaria. No pasa nada si no han leído a esos masters de la literatura. En serio.
Pero fíjensen que también me da la impresión de que si leen la novela de Loriga se preguntarán seriamente si deben seguir su vida de lectores sin degustar, por ejemplo, 1984 -una lectura perturbadora y deliciosa. Quienes la hayan leído no me dejarán mentir: el fin del amor en la historia de Winston y Julia, gracias a “los buenos oficios” de Ministerio del Amor es muy triste. Tengan a la mano unos Kleenex.
Dicho lo anterior empiezo mi rollo sobre Loriga.
La historia es narrada por un tipo alrededor de los cincuenta años (no hay información de ese tema). Es un tipo con escasa educación formal y limitados recursos discursivos, casado en segundas nupcias con quien fue su patrona en alguna finca. Viven con apremios en un pueblecito de no sabemos qué país o región. Tienen un niño que tampoco sabemos cómo lo consiguieron porque no es su hijo y nadie sabe de sus padres (y además no habla).
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Al poco tiempo el narrador nos informa que todos los habitantes del pueblo deben ser trasladados “voluntariamente” a la Ciudad Transparente en donde vivirán felices gracias a que la guerra terminó. Una guerra de la que nada se sabe (salvo que duró unos diez años) y los habitantes ignoran si ganaron o perdieron en esa lucha y nunca supieron si ellos eran los enemigos de los vencedores o viceversa. El caso es que deben abandonar el pueblo, pero antes los obligan, con las mejores maneras, a quemar sus casas con todo lo que hay dentro. No se pueden llevar nada y empiezan una larga caminata a la famosa ciudad en donde empezarán una nueva vida aunque nadie les dice qué carajos es esa macana de la Ciudad Transparente.
Luego de algunas contingencias llegan a su destino y la nueva vida comienza. Pura felicidad en una ciudad de cristal (o algo similar) en donde los espacios privados no existen. Todo se puede ver. Con decirles que ni cagar -empresa harto privada y pudorosa- se lleva a cabo en un reducto ajeno a las miradas de los vecinos. Cuando les entran ganas de coger, bañarse, dormir (aunque nunca es de noche) ha de hacerse a la vista de los vecinos… y al final todo eso termina por ser normal. Todo lindo: servicio médico de primera, salario justo, trabajo asegurado, ascensos cuando se requieren. Todo lo que un gobierno justiciero y preocupado por sus súbditos pueden proveer.
Nadie tiene mala onda con nadie. En las cantinas no hay pleitos y se empedan sanamente, en buena onda pues. La educación es de alto nivel. ¡El paraíso de los trabajadores, las familias y las personas! Tampoco hay recuerdos y nadie huele mal (ni la caca).
Y bueno, si la caca no apesta algo anda mal, si las reglas prescriben que se deben dar una ducha nomás porque sí (bueno, más o menos), algo no está bien. En un entorno tan happy nunca falta uno que se pregunta si eso es normal (aunque sea feliz). Siempre habrá algunos que extrañarán esos tiempos en que uno le caía mal a otro y daban ganas de echarse un tirito con fulano o algo más sofisticado: ponerse a recordar el pasado… lo normal pues. En este caso de la ciudad transparente el único que hace preguntas ociosas es el narrador de la historia.
Así empiezan los problemas.
Tal como ocurrió con Winston y Julia en 1984. Acuérdensen: el lavado de cerebro llevado a cabo terminó por convertir a dos amantes retozones, criticones y apasionados en unos tipejos sin capacidad de sinapsis. El Winston terminó amando al Gran Hermano y los dos enamorados dejaron de reconocerse como lo que llegaron a ser. ¡Qué cosas!
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Pasa con los animales de la Rebelión en la granja que empiezan a “sospechar” que los puercos se están agandallando los beneficios de la economía y además suelen violar todos los preceptos centrales del gobierno porcino. Sobre todo éstos: ningún animal dormirá en una cama, ningún animal beberá alcohol y una muy importante a la que se le añade un inciso. Recuérdese: la ley determinaba que ningún animal podía matar a otro animal, pero los puercos, por así convenir a sus intereses, le añaden una pequeña salvedad: “…sin una razón justificada”. ¿Quién decide cuál es “justificada”? Los puercos.
¿Se acuerdan de Mustafá, el Interventor de Europa Occidental en Un mundo feliz? Ese mamón que -entre muchas otras cosas- soltaba peroratas como que lo viejo es innecesario porque contiene pasión y emociones desestabilizadoras y por eso la estabilidad es el tema más importante en el mundo porque nos conduce a la felicidad?
En nuestros tiempos modernos -no postmodernos– esa felicidad siempre está ubicada en el futuro; nunca en el presente. En ese mundo feliz, las cosas viejas -como Shakespeare- conducen a la infelicidad y deben ser prohibidas en el nuevo mundo. Tragedias como Otelo o Romeo y Julieta son producto de una tensión en la sociedad. Si la tensión no existe, tampoco las tragedias. Por eso todos los nuevos sentimientos y espectáculos deben ser sobre nada, ya que la felicidad ocurre más fácilmente cuando uno experimenta la sensación pura en lugar de la emoción. Quienes usamos teléfonos inteligentes, apps de diversión, redes sociales como sustituto de nuestra personalidad y cosillas de ese talante, lo sabemos (es cosa de ver la angustia que me provocó la segunda cancelación de mi feis en menos de ocho meses).
El tema de los totalitarismos o los gobiernos que prometen la felicidad si permanecen en el poder por todo el tiempo que sea necesario, tiene larga data. Basta echarle una ojeada, en estos días lluviosos del 2024, a Corea del Norte, Cuba o China. El imperio de Xi Jinping es la muestra (China) de que se puede tener una elevación general del nivel de vida y el consumo sin necesidad de acudir a la enfadosa democracia (Putin sabe del tema bastante).
Aquí sólo apunto, de manera muy grosera, pasajes de tres trabajos literarios de alto nivel al alcance de todos. Esas novelas se pueden bajar de la red de manera gratuita.
La novela de Loriga provoca saludables reflexiones en torno a los gobiernos que prometen una felicidad eterna (o un lapso prolongado, para no exagerar), pero también uno se queda pensando mucho en torno a la paternidad, la libertad, el amor, la amistad, la naturaleza y la memoria.
Esa ciudad transparente de Loriga se parece mucho a lo que vivimos actualmente. Tal como lo bosquejaron, reitero, en su momento, Orwell, Huxley y en buena medida Kobo Abe y su novela sobre un despistado entomólogo que cae en un pozo de arena en donde vive una mujer en su casita. No se imaginan lo interesante que resulta esta novela. Mi edición en papel es de la editorial Siruela. No hay forma de que un libro de esta editorial sea barato. En este momento anda entre cuatrocientos y quinientos pesos, pero en Kindle está retebarata (menos de doscientos varos) y seguro que tendrán un amigo que la pueda bajar de la red de manera gratuita. Yo tengo mi dealer para esos menesteres, en Ensenada, por cierto.
Buenos libros para darse una vuelta por las historias distópicas.
Rendición, para terminar, es una buena novela para pasar unas tres horas y medía divertidas y reflexivas. El libro no pasa de 150 páginas. Ojalá se animen a leerla.
El final está chido… es decir, no chido lo que se llama chido (o feliz), sino muy impactante.
Si luego de leer a Ray Loriga les entran unas ganas irrefrenables por leer a los tres señeros escritores citados aquí, se harán un favor. En serio.